Esta leyenda es verdad por eso ahora que estamos en semana santa, resaltaremos esta historia para que no se olvide ya que esa es nuestra identidad de cojedeños.
La leyenda del Nazareno de San Carlos.
Años atrás era la costumbre de ofrecer una promesa al Nazareno, la cual consistía en recoger limosna de casa en casa, para con ella comprar los adornos para las imágenes que sacarían en procesión los días santos.
La leyenda del Nazareno de San Carlos.
Años atrás era la costumbre de ofrecer una promesa al Nazareno, la cual consistía en recoger limosna de casa en casa, para con ella comprar los adornos para las imágenes que sacarían en procesión los días santos.
Con esos fondos adquirían flores, cirios, arreglaban o remozaban la túnicas y mantos de las imágenes y compraban los licores para brindar con los cargadores, como era tradicional.
Cuando se acercaba la Semana Mayor, las familias asignadas salían de las distintas parroquias a recoger las limosnas en todos los barrios de San Carlos, entre los que estaban Las Lajitas, El Chuchango, San Juan, Pan de Horno.
En una oportunidad, en los días previos a la Semana Santa, salió el señor Eleuterio a recoger limosnas para sacar en procesión el Miércoles Santo al Nazareno, cofradía que pertenece a la iglesia Inmaculada Concepción. Llevaba con él una pequeña imagen, con la que recorrió muchas calles de San Carlos. A media mañana, entró en la calle Salías entre Figueredo y Miranda, y se detuvo ante los almacenes de la familia Wikerman, dicho negocio estaba ubicado frente a la Tintorería Ranza, hoy en día es un solar abandonado. Estos estaban instalados en San Carlos desde hacía mucho tiempo, logrando acumular una considerable fortuna. Entre los grandes almacenes de venta al mayor y al detal, además de la casa de familia, ocupaban toda la cuadra. El joven Adolfo, hijo del comerciante, recibió a Eleuterio con una sonrisa irónica, lo escuchó y, por hacerse el gracioso delante de su novia, sacó de un bolsillo una caja de fósforo y, cuantos todos creían que iba a dar limosna para la imagen, en forma irreverente raspo el cerrillo en el brazo derecho del Nazareno.
Su novia asombrada le dijo.- ¿Qué haces, Adolfo? - Nada ¿Qué importancia tiene? Don Eleuterio, asustado, dijo: “¡Eso no se hace! Recibirá el castigo que merece su irrespeto. Adolfo continuaba sonriendo ante el asombro de todos los parroquianos que estaban en el negocio. El padre del joven se acercó y le contaron lo ocurrido. Miró la raspadura del fósforo en el brazo de la pequeña imagen y, como un susurro, exclamó, al tiempo que depositaba unas monedas en la alcancía:- ¡Jesús!, no sabe lo que hace.
Eleuterio salió de la casa de la familia Wikerman muy impresionado, pues temía que esta irreverencia pudiera causar la ira divina.
Al poco rato el joven se frotó el brazo derecho y dijo para sí. ¡Cómo me duele!, es el mismo sitio en que raspé el cerrillo. Por momentos crecía el dolor y Adolfo iba de un lado a otro de la casa dando gritos. De nada valieron los cuidados del médico ni las oraciones de sus padres. La salud de Adolfo empeoró, y hasta mandaron a traer una túnica de oro de España para pagar la promesa nada valió y pocos días después falleció, comenta la gente que lo vieron que el brazo con el cual prendió el cerrillo se le seco. Luego, el miércoles santo, cuando la procesión con la imagen iba a entrar en la calle Miranda, la figura se hizo muy pesada. Los cargadores, atónitos, pidieron refuerzos, pero ni con ciento cincuenta hombres pudieron moverlas. Se dirigieron en otra dirección y la imagen tomo su peso normal y continuó su paseo por las otras calles de la ciudad. Esta situación se repitió año tras año. Después, un incendio arrasó con todas las propiedades de los Wikerman, muchos familiares fallecieron y los pocos sobrevivientes, empobrecidos, y emigraron.
El pueblo interpretó esto como un castigo del cielo, causado por el irrespeto de un joven hacia el hijo de Dios. Por insistencia del obispo de San Carlos, en una oportunidad se incluyó la calle Salías en el itinerario de la procesión, y llegando el día, el cielo se oscureció y cayeron gruesos goterones que dispersaron a la multitud. El obispo de inmediato dio la orden de cambiar la procesión y las nubes se disiparon, continuando el trayecto hacia otra calle. Muchas personas interpretaron el suceso como propio de la ira divina y castigo permanente de la imagen del Nazareno hacia el acto de irreverencia y burla de que fue objeto.
La gente mayor se recuerda que eso es verdad y por ahora la procesión del Nazareno no ha pasado más por dicho sitio.
Este relato pertenece a la tradición oral de San Carlos estado Cojedes.
Este relato pertenece a la tradición oral de San Carlos estado Cojedes.
Samuel...el de Los Malabares.
El hijo de Samuel Elías Sánchez “el morocho” y Doña Carlota.
Miembro de la Red de Historia, Memoria y Patrimonio de Cojedes.
Sugerencias al correo: omar17_8471@hotmail.com
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